miércoles, 5 de marzo de 2014

Cura de humildad. Parte I.


Esta mañana ha tocado “trabajo de campo”. Es como le llamo yo a la suerte de poder sacar un hueco, y salir a cubrir algo a lo que llevas dando vueltas un tiempo y que, sabes, que si lo consigues, ayudará a dar voz a alguien a quien la sociedad, o las mentes pensantes, no le interesa escuchar.

Ceuta y Melilla son los puntos calientes de una actualidad que parece que a los españoles ya no nos convence. Ni sentimos, ni padecemos. Parece que estamos anestesiados ante tantas “avalanchas”, pelotas de goma y concertinas ensangrentadas. Y, ojo: yo me incluyo.
Así que, no sé si de forma consciente, o más bien a golpe de impulso, hace unas semanas empecé a investigar sobre los CIE. Centros de Internamiento para Extranjeros que, durante varios días (y ya adelanto que no creo en las casualidades) no hacían más que cruzarse en mi camino en forma de entrevistas en la radio de vuelta del trabajo o de conversación ajena en la cola del súper.

Y entre tanto leer, escuchar y cotillear, descubrí que un inmigrante llegado a España de manera irregular se puede enfrentar a realidades bien distintas, dependiendo, según mi punto de vista, de la suerte que tenga. No todos son ingresados en los famosos CIE de los que prefiero no hablar, por el momento; sino que pueden llegar a parar a centros de acogida temporal, donde sus derechos no se ven vulnerados; donde la integración es posible y, sobre todo, donde sentirse persona es el primer paso para comenzar una nueva vida.

Es la conclusión a la que he llegado más de seis horas después de visitar un centro de acogida temporal para inmigrantes en Madrid, del cual no voy a dar más datos por respeto a las personas que viven allí. Gracias a los trabajadores desbordados, y recalco lo de “desbordados” porque la labor que hacen estas personas es impagable, lo que parecía misión imposible, se ha convertido en las entrevistas más duras, pero a las vez más sinceras, que he hecho nunca. Sirios, cameruneses o palestinos han hecho el esfuerzo de contar lo que, posiblemente, es el mayor de sus calvarios: abandonar su país, abandonar a su familia y, en muchos casos, pese a lo que puedan pensar otros, renunciar a su trabajo de médico, dentista, fisioterapeuta o pintor. No son “muertos de hambre” ni “inmigrantes que vienen a quitarnos nuestro trabajo”. Son personas que huyen de una realidad, la de los conflictos armados, la de los abusos, y que lo único que buscan es no perecer en el intento. Pero así y todo, no nos entra en la cabeza.

Todo es cuestión de prioridades. Unos buscan el paraíso europeo, y otros, sólo llegar. “¿Y qué haríais con el dinero?”, pregunta Carlos Sobera a una pareja de jóvenes treintañeros que concursa en “Atrapa un millón”. Uno de los concursantes dice que vivir, porque ahora malvive con tanto gasto de veterinario y comida para sus dos gatas. El otro tira más por un viaje a México. “¿Y cómo ha ido lo de hoy?”, me pregunta mi madre mientras la pareja se juega sus últimos diez mil euros a una sola carta. Sólo he podido contestar: “cura de humildad, mamá. Ha sido una cura de humildad”.

Artículo publicado también en Periodísticos y Córdoba Internacional Tv

4 comentarios:

  1. Muy buen artículo. Me dejas con ganas de saber más acerca de esa visita que cambiaría las ideas de muchas personas. Avísame cuando la publiques.

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  2. Gracias Jose! Contaré más en la "Parte II" ;) Abrazos!

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  3. No había leido este post, Lore. Se me eriza la piel, me habría gustado verlo contigo. Y ya tengo ganas de ver el resultado de esta vivencia, avísame también :)
    Un abrazo enorme

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