Esta mañana ha tocado “trabajo de
campo”. Es como le llamo yo a la suerte de poder sacar un hueco, y salir a cubrir
algo a lo que llevas dando vueltas un tiempo y que, sabes, que si lo consigues,
ayudará a dar voz a alguien a quien la sociedad, o las mentes pensantes, no le interesa
escuchar.
Ceuta y Melilla son los puntos
calientes de una actualidad que parece que a los españoles ya no nos convence.
Ni sentimos, ni padecemos. Parece que estamos anestesiados ante tantas “avalanchas”,
pelotas de goma y concertinas ensangrentadas. Y, ojo: yo me incluyo.
Así que, no sé si de forma consciente, o más bien a golpe de impulso, hace unas semanas empecé a investigar sobre los CIE. Centros de Internamiento para Extranjeros que, durante varios días (y ya adelanto que no creo en las casualidades) no hacían más que cruzarse en mi camino en forma de entrevistas en la radio de vuelta del trabajo o de conversación ajena en la cola del súper.
Así que, no sé si de forma consciente, o más bien a golpe de impulso, hace unas semanas empecé a investigar sobre los CIE. Centros de Internamiento para Extranjeros que, durante varios días (y ya adelanto que no creo en las casualidades) no hacían más que cruzarse en mi camino en forma de entrevistas en la radio de vuelta del trabajo o de conversación ajena en la cola del súper.
Y entre tanto leer, escuchar y
cotillear, descubrí que un inmigrante llegado a España de manera irregular se
puede enfrentar a realidades bien distintas, dependiendo, según mi punto de
vista, de la suerte que tenga. No todos son ingresados en los famosos CIE de
los que prefiero no hablar, por el momento; sino que pueden llegar a parar a
centros de acogida temporal, donde sus derechos no se ven vulnerados; donde la
integración es posible y, sobre todo, donde sentirse persona es el primer paso
para comenzar una nueva vida.
Es la conclusión a la que he
llegado más de seis horas después de visitar un centro de acogida temporal para
inmigrantes en Madrid, del cual no voy a dar más datos por respeto a las
personas que viven allí. Gracias a los trabajadores desbordados, y recalco lo
de “desbordados” porque la labor que hacen estas personas es impagable, lo que
parecía misión imposible, se ha convertido en las entrevistas más duras, pero a
las vez más sinceras, que he hecho nunca. Sirios, cameruneses o palestinos han
hecho el esfuerzo de contar lo que, posiblemente, es el mayor de sus calvarios:
abandonar su país, abandonar a su familia y, en muchos casos, pese a lo que puedan
pensar otros, renunciar a su trabajo de médico, dentista, fisioterapeuta o
pintor. No son “muertos de hambre” ni “inmigrantes que vienen a quitarnos
nuestro trabajo”. Son personas que huyen de una realidad, la de los conflictos
armados, la de los abusos, y que lo único que buscan es no perecer en el intento.
Pero así y todo, no nos entra en la cabeza.
Todo es cuestión de prioridades. Unos buscan el paraíso europeo, y otros, sólo llegar. “¿Y qué haríais con el dinero?”,
pregunta Carlos Sobera a una pareja de jóvenes treintañeros que concursa en “Atrapa
un millón”. Uno de los concursantes dice que vivir, porque ahora malvive con
tanto gasto de veterinario y comida para sus dos gatas. El otro tira más por un
viaje a México. “¿Y cómo ha ido lo de hoy?”, me pregunta mi madre mientras la
pareja se juega sus últimos diez mil euros a una sola carta. Sólo he podido
contestar: “cura de humildad, mamá. Ha sido una cura de humildad”.
Artículo publicado también en Periodísticos y Córdoba Internacional Tv
Artículo publicado también en Periodísticos y Córdoba Internacional Tv
Muy buen artículo. Me dejas con ganas de saber más acerca de esa visita que cambiaría las ideas de muchas personas. Avísame cuando la publiques.
ResponderEliminarGracias Jose! Contaré más en la "Parte II" ;) Abrazos!
ResponderEliminarNo había leido este post, Lore. Se me eriza la piel, me habría gustado verlo contigo. Y ya tengo ganas de ver el resultado de esta vivencia, avísame también :)
ResponderEliminarUn abrazo enorme
Ainhoa! :) Ojalá esté pronto! Ya queda menos!! Bss
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