Hacía un año que no escribía. Los cambios y este mundo me
habían quitado las ganas de ponerme frente a una página en blanco hasta que la
vi a ella. Fue ayer.
Se llama Bana Alabed. Es siria, tiene 7 años y en 3 meses ya
tiene 175.000 seguidores en Twitter. Utiliza la red social, gestionada por su
madre, para contar su día a día desde Alepo. Para lo bueno y para lo malo.
Sus dos trenzas se pasean por las calles destruidas y casi a
tiempo real vía Periscope nos muestra los bombardeos, los gritos y el miedo.
Bana lanza mensajes de auxilio cuando bombardean su casa,
pide salir de Alepo bajo el hashtag #StandWithAleppo y cuelga fotos que rozan la crueldad, de compañeros muertos
que acaban de ser bombardeados en clase. En su clase. Imágenes, eso sí, que no serán
más duras que lo que ella, a sus 7 años, está viviendo a diario.
Bana Alabed. Foto: @alabedbana |
Bana se ha convertido en un símbolo. La hemos convertido
nosotros en una marca más de la guerra. Como a Aylan u a Omran, el niño sirio
ensangrentado sentado en una ambulancia con la mirada perdida tras ser víctima
de un bombardeo.
Son símbolos del conflicto atroz que vive Siria que pasarán,
se olvidarán. Y ahí quería yo llegar.
Es curioso como las nuevas tecnologías nos acercan a otras
partes del mundo sin movernos de la silla. Podemos ver, oír y casi oler a miles
de kilómetros de distancia. Una tecnología que nos permite ser testigos, en
primera persona, de cómo suena la guerra aunque con una salvedad… que la contemplamos
desde el sillón. Desde el silencio de nuestro hogar. Desde la tranquilidad del
sistema en el que hemos tenido la gran suerte de nacer y desde el que
lamentarse es toda una hipocresía, se mire por donde se mire.
Entonces llega ella, Bana. Con su mirada dulce, sus trenzas
con lazos rosas y sus mensajes suplicando piedad con cientos, que digo cientos,
miles de retuits. ¿Y qué? ¿Nos creemos que por darle a la flechita la
carnicería terminará? ¿O buscamos el postureo? El mismo de los países “desarrollados",
de los organismos internacionales como Naciones Unidas que en pleno siglo XXI
permite que se siga matando sin control.
Nos han anestesiado. La sangre ya no nos impacta. Ni siquiera el mensaje de una niña despidiéndose porque cree que va a morir bajo los
cascotes de la que era su casa. Así que la culpa es sólo nuestra.
Ya ni eso nos conmueve.